CON GPS: FABIÁN CASAS






KATE PARKER

















COMICS

Durante mi luna de miel
con la droga
Caronte me llevaba de paseo
en un taxi fino y rojo.
Yo nunca bajaba las ventanas
ni permitía que me pidieran dinero
en los semáforos.
Después, todo pasó.
De ese tiempo me queda
un beso frío en el hígado
y cierta arqueología
en la paranoia.

MIENTRAS ME LAVO LA CARA

Darío, parado, grita y gesticula.
Bajo una frazada marrón
Daniel se ríe y habla de sus novias.
Están borrachos y los que gritan en la cocina,
como diputados, también.
Mi vieja, resucitada,
golpea las ventanas, pidiendo entrar.

Al amanecer, bajo una claridad despiadada;
cigarrillos, libros desperdigados,
platos con comida.
Camino, despacio, hasta el baño;
sé que la desgracia está sobre nosotros,
no ahora, tampoco el año próximo,
todavía somos jóvenes, pero eso
se pierde enseguida.
No tenemos nada, pienso,
mientras me lavo la cara,
ni un oficio, ni una herencia,
ni una casa de sólida piedra.

EL MOSCARDÓN

Un pequeño kamikaze
golpea la ventana tratando de entrar.
Posiblemente el frío matinal
lo despertó de la juerga calurosa
de la noche -nosotros mismos
tuvimos que cerrar las ventanas
y correr a taparnos por el temporal-
y ahora (un poco más punk
que el albatros de Baudelaire)
renuncia, aturdido,
a su inasible elegancia.




TODOS LOS POETAS SON MORTALES
Como un homenaje a la tautología,
Wilcock muere de un infarto
mientras lee un libro sobre el corazón,
Montale se queda dormido y Eliot,
muy débil, se colorea la cara
y negocia con Dios.
Pero, ¿cómo?
¿El viejo Wally escribía poesía?



POUND’S STATION

Cuerpos elevados
por el lento mecanismo
de la escalera del subte.
Abrigos, guantes y bufandas;
rostros duros que no parecen venir
de la confortable luz de los vagones
sino del círculo donde Ugolino come.


POGO

Sentados los cuatro, frente a platos calientes,
necesitamos avanzar. ¿ Es esto
lo que quería decir?
El balcón, a tus espaldas
da sobre un corazón de manzana
donde la luna ilumina techos y cables.
Sacudida por el viento,
la ropa colgada produce aplausos secos
para nadie.

¡Los pensamientos brotan de mi cabeza
como el sudor!

Bajo el cálido cono de luz,
el brillo de los cubiertos
y el tintinear de vasos y botellas
cometimos la estupidez
de recurrir al mito para ordenar el mundo.

«Lo único que podemos hacer
-dice él- es superar a nuestros padres».
Y yo digo «Sí, sí» y mastico
un pedazo de carne seca.

Nos ponemos tensos. ¿Y ella?
Devorada por el perro de la maternidad
ya no puede articular palabra.
Deberíamos irnos, pero no podemos.

Pienso en la rutina de los parques,
los besos, los paseos al aire libre,
la oscuridad del cuarto
en el que mis viejos se convirtieron en hermanos.

Los días se apilaron entre algodones
como pastillas en un frasco.
¿Nos van a venir a visitar más seguido?
¿La pasaron bien? ¿No te molestó
que te dijera esas cosas?
«No», digo. El violín finísimo
de un mosquito orbita mi cabeza.
¿Cómo pudo escapar del invierno?
¿Cómo podremos alguna vez
escapar de este cuadro?

Distribuimos nuestro tiempo
entre el miedo a la muerte y el miedo
a los demás; la gramática
incomprensible de una reunión de amigos.

Pongámonos los sacos,
saludémonos, deseémonos suerte
y salgamos a la calle
bajo el abrigo confortable de la psicología.




KATE PARKER














DOXA

No debería perturbarte
el ruido que hace tu viejo con la boca
cuando come. Ni la ordalía de bolsillo
en las horas pico; o tu scrum privado
contra los malos pensamientos.

No deberían perturbarte
los novios que acumulan en las piezas paternas
sus artefactos domésticos;
ni las mujeres en las peluquerías,
con sus gorras de goma,
cuando palma la tarde…

Alguien talla, desde que naciste,
un ostracón con tu nombre.
No debería perturbarte.





EL PARQUE, A DIFERENTES HORAS

Oscurece, y en el centro del parque se prende
el esqueleto luminoso de la feria.
Días cortos, con un fondo de viento y lluvia
no paran a los visitantes
que estacionan sus autos
sobre las calles laterales.
Como las amistades en cautiverio
de los tours, la gente pasea, habla y se enoja
porque el lago está repleto
de sus propios excrementos
y los patos parecen
sachets a la deriva…

Un sacón negro, 50 pesos.
Camisa floreada, psicodélica, 25.
La prole corre con su nieve artificial
mientras los padres añoran
el verano pasado en el corazón del bronceador.
Recién salidos de la bailanta,
la colonia de jóvenes
se arrastra y se aparea sobre el césped…
«Soy negro -dijiste- soy de raza inferior
para toda la eternidad».
«vidas insulares», escribí.
Y todo el tiempo
que tardan las mujeres en vestirse
no fue suficiente para nuestro proyecto:
comer cuando se tiene hambre,
dormir cuando se tiene sueño.
«Recemos -dijiste-
a millones de kilómetros
un salvaje toca su tambor ritual».




PRELUDIOS

Uno

Porque ahora me parece, Malvolio,
que ya no queda tiempo.
El horizonte relampaguea
como el tubo fluorescente de la cocina
y el olor del guiso recalentado
sube por el pulmón del edificio
mientras alguien tiene demasiado alto
el volumen de su televisor.


Dos

Aquí fundaron ciudades,
aquí se discutió sobre el prestigio de los griegos.
Y antes de acostarse,
la mujer pasó el trapo sobre el mármol,
cerró el gas y puso el reloj en hora.



Tres

Desde lo alto el águila distingue
qué es comestible, qué no;
desde el llano el taxista
quién es remisero y quién no.



Cuatro

El niño autista con el ludomatic.
Malvolio que no quiere repetirse.
El policía, molesto por el calor,
se saca la gorra y se rasca la cabeza.

Daniel Willington, ya veterano,
jugando del lado de la sombra.



Cinco

Malvolio, en serio te digo,
olvidá tu vanidad.
No somos animales fabulosos.
Somos tamagotchis asustados bajo el granizo,
perritos de ceniza, clauditos, x…



Seis

¿Dónde están los que nos acusaban, Malvolio?
¿Se fueron todos? Salgamos entonces
y no pequemos más.